miércoles, 30 de mayo de 2012

À SOUPE , LES VERTUS , LES GOÚTS ET L ÁGE



Cultiva el bajo perfil, pero fue motivo de inspiración para escritores y creadores de refranes. Para el frío, qué mejor que una ración rica y bien caliente

El frío se hace rogar, pero hay que estar preparado para su llegada. Y su aparición brinda una excelente oportunidad para saborear una sabrosa, aromática, reconfortante y maternal sopa. Enemiga humeante histórica de Mafalda y considerada una humilde campesina por determinados espíritus gourmet, la sopa sigue siendo en muchísimos hogares una verdadera reina que reanima los cuerpos cansados y fortalece los ánimos de trabajadores e intelectuales.

Y grandes escritores le dedicaron elegías, como el francés, autor de El libro de la sopa , Louis P De Gouy, que dijo sobre ella: "Respira serenidad, ofrece consuelo después de un día fatigoso, promueve la sociabilidad. No hay como un plato de sopa caliente, con su penacho de vapor aromático acariciando las ventanas de la nariz hasta llenarlas de una estremecida expectativa".
Oscar Wilde también se refirió a este "guiso o salsa que simplemente no se unió". Además, Wilde vio en ella una gran ventaja. "Después de una buena sopa, una buena comida, uno puede perdonar a cualquiera, incluso a las propias amistades".
Autores conocidos y anónimos también dejaron su opinión humeante y a veces glamorosa después de revolver la cuchara entre locuaces fideos y densos caldos. Algunos memoriosos tal vez recuerden este párrafo sin firma: "Si la sopa hubiera estado tan caliente como el vino y el vino hubiera sido tan antiguo como el pescado y el pescado hubiese sido tan joven como la camarera y la camarera tan dispuesta como la anfitriona, habría sido una muy buena comida".
Más optimista, la ensayista y activista social estadounidense Barbara Ehrenreich, autora de Bailando en las calles , sostiene: "Para los millones de nosotros que vivimos pegados a los teclados de la computadora y a los televisores, la comida, especialmente la sopa, puede ser más que un entretenimiento. Puede ser la única experiencia sensual que nos queda".
Un puñado de proverbios y aforismos ilustra sobre la importancia de la sopa a lo largo de la historia. Los españoles dicen, por ejemplo: "Entre sopa y amor, la primera es mejor". Los galeses antiguos afirmaban que "la cuchara no conoce el sabor de la sopa ni el tonto erudito el sabor de la sabiduría", mientras que para los judíos, "las preocupaciones bajan mejor con sopa que sin sopa". Los franceses, en cambio, aseguran que para hacer una buena sopa "la olla debe estar a punto de hervir o sonreír". Los polacos, que "la belleza no sazona la sopa" y un anónimo universal sostiene firmemente que "el buen carácter y la buena sopa se hacen en casa". Otras referencias anónimas a esta comida la toman para hacer alusión a los modales: "Etiqueta es el ruido que no hacés al tomar la sopa". Otro más, preferido por los machistas de la cocina, repasador en mano: "La vejez es cuando miras la sopa en lugar de la camarera".

Crítico de su tiempo, el francés Molière decía: "Vivo de una buena sopa, no de lindas palabras". También se le atribuye eso de que la sopa en la cocina es la comida más generosa.

Siglos después, el escritor Irving Stone, autor de En busca de Troya , utiliza este sabroso brebaje para describir la personalidad de uno de sus personajes. "Su mente era como un plato de sopa, ancho y poco profundo: podría retener una pequeña cantidad de casi todo, pero, al menor sacudón, volcaba la sopa en la falda de algún otro".

Tres actores estadounidenses tomaron cartas en el asunto, sin soplar demasiado sobre la cuchara. Uno, el comediante Rodney Dangerfield, confesó en una entrevista: "Estoy en un momento en que la comida, especialmente la sopa, ha ocupado el lugar del sexo en mi vida. En realidad acabo de hacer colocar un espejo sobre la mesa de mi cocina". El cineasta Orson Welles, poco antes de terminar el rodaje de El ciudadano, sentenció en rueda de prensa: "No preguntes qué puedes hacer por tu país. Pregunta qué hay para el almuerzo".

Otra vez sopa..

Por Alejandro Schang Viton  | Para LA NACION

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